La toma de la Bastilla se
produjo en París el martes 14 de julio de 1789. A pesar de que la fortaleza
medieval conocida como la Bastilla solo custodiaba a siete prisioneros, su
caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del
Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución francesa. La rendición de
la prisión, símbolo del despotismo de la monarquía francesa, provocó un
auténtico seísmo social tanto en Francia como en el resto de Europa, llegando
sus ecos hasta la lejana Rusia.
La Bastille había sido
durante años la cárcel de muchas víctimas de la arbitrariedad monárquica. Allí
se encarcelaba sin juicio a los señalados por el Rey con una simple lettre de
cachet. Era una fortaleza medieval en pleno París, cuyo uso militar ya no se
justificaba. En los Cuadernos de quejas de la ciudad de París ya se pedía su
destrucción, y el ministro Necker pensaba destruirla desde 1784 por su alto
coste de mantenimiento. En 1788 se había decidido su cierre, lo que explica que
tuviera pocos presos en 1789. En el momento de su caída, el 14 de julio de
1789, sólo acogía a cuatro falsificadores, a un enfermo mental (Auguste
Tavernier), a un noble condenado por incesto y a un cómplice de Robert François
Damiens, autor de una tentativa de asesinato sobre Luis XV.
La imagen revolucionaria
ampliamente difundida del mito de una prisión donde se pudrían las víctimas de
la monarquía no corresponde por lo tanto con el uso de la fortaleza en el
momento de su toma, dado que la fortaleza había perdido en parte su función de
prisión de Estado.3 Pero refleja una realidad que sí había existido desde el
siglo XVII, cuando el Cardenal Richelieu empezó a utilizarla como cárcel de
Estado.4
Aportar una prueba de que se
estaba presente en el momento de la toma de la Bastilla supuso un gran
prestigio en la carrera de los que se autodenominaron patriotas. El 19 de junio
de 1790, a propuesta del diputado Armand Camus, la Asamblea Nacional votó por
aclamación un decreto en el que se decidió dar un lugar preeminente a los
«vencedores de la Bastilla» en los actos de la primera Fiesta de la Federación
que se iba a celebrar al mes siguiente. Pero un decreto del día 25 les retiró
ese honor para reservarlo a la Guardia Nacional. Se les otorgó una pensión, un uniforme,
un fusil y una espada con su nombre grabado, un brazalete y una medalla, y un
diploma de agradecimiento de la patria.5 Una comisión examinó de marzo a junio
de 1790 las pruebas aportadas por los postulantes y censó oficialmente en ese
momento a 954 combatientes, entre civiles y guardias francesas. En 1832, bajo
la Monarquía de Julio, se revisó la lista, rechazándose algunos expedientes por
considerarse «dudosos» y fijando la cifra final en 630.6
Según algunos autores, 7 la
importancia de la toma de la Bastilla ha sido exagerada por los historiadores
románticos, como Jules Michelet, que quisieron hacerla un símbolo fundador de
la República. Otros autores afirman que el sitio y la capitulación de la
prisión no debió ser un hecho muy heroico en vista de que sólo era defendido
por un puñado de hombres, y que los únicos muertos habrían sido el alcaide
Bernard de Launay y el político Jacques de Flesselles.8
Pero los documentos de la
época dejan constancia de que el 14 de julio de 1789, la fortaleza estaba
defendida por 32 soldados suizos y 82 “inválidos de guerra”, disponiendo de
cañones y de municiones en abundancia. El asedio se saldó con 98 muertos, 60
heridos y 13 mutilados, entre los asaltantes.9
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