jueves, 18 de agosto de 2016

Desde la Fiesta de la Federación hasta la Fuga de Varennes

Desde el 1 de julio de 1790, 1200 obreros dieron inicio a los trabajos de excavación en el lugar elegido para la escenificación de la ceremonia. Se trataba de transformar el Campo de Marte en un vasto circo con una capacidad para 100 000 espectadores, en el centro del cual se elevaría el altar de la Patria. Los trabajadores estaban bien alimentados pero mal pagados, así que cuando se les reprochó la lentitud con que avanzaban los trabajos, amenazaron con paralizar las obras.


Ante el ritmo lento de las obras, se decidió apelar a la buena voluntad de los parisinos, quienes respondieron en masa. El propio rey Luis XVI vino desde Saint-Cloud y dio un golpe con un pico, a la vez que La Fayette, en mangas de camisa, trabajaba como un obrero cualquiera. Enseguida se formó un hormiguero humano en el que los obreros del arrabal de San Antonio se mezclaban con los nobles, los monjes con los burgueses, y las prostitutas iban de la mano con las damas de los barrios altos. Los carboneros, los carniceros, los impresores, acudían con sus banderas tricolores. Todos cantaban el Ah! Ça ira y otras coplas patrióticas. Los soldados se mezclaban con los guardias nacionales. Se hospedaba a los 50 000 federados venidos de las provincias.

La fuga fue planeada y organizada por el conde sueco Hans Axel de Fersen, quien se pensaba era amante de la reina, así como los ojos, oídos y boca de Gustavo III de Suecia.

Aunque el plan estuvo bien organizado, se encontró con múltiples dificultades en los días en los que se llevaría a cabo. Originalmente Luis partiría en un pequeño carruaje. Sin embargo, Luis creía que él debería viajar en un carruaje hecho para reyes. Este carruaje habría despertado la curiosidad de cualquiera, lo que era la última cosa que la familia real deseaba. En segundo lugar, la familia sintió que era necesario tomar dos enfermeras y al estilista de María Antonieta, Leonardo. La familia tuvo que retrasar su partida para tener a todos los que necesitaban con ellos. Al llevar a más personas de las necesarias, la familia era más difícil de ocultar. Finalmente, en la noche de la fuga, la familia real, disfrazada, pasó al lado del Marqués de Lafayette. Si éste se hubiera percatado de quiénes pasaban al lado de él, se habría dado cuenta de que trataban de escapar y los hubiera mandado arrestar inmediatamente. A pesar de todo lo anterior, la familia real fue capaz de emprender el viaje en su carruaje.
Su desaparición fue descubierta a la mañana siguiente. Una enojada multitud que temía una invasión o una guerra civil acusó a Jean-Sylvain Bailly y al Marqués de Lafayette (jefe de la Guardia Nacional) de colusión. Sin embargo, la Asamblea pronto controló la situación: incrementó su poder ejecutivo; encargó a Montmorin, el ministro de Asuntos Exteriores, informar a las potencias europeas sobre sus intenciones pacíficas, envió comisionados para asegurar un juramento de las tropas a la Asamblea (en vez de al Rey) y ordenó el arresto de cualquiera que intentara huir del reino.

El Rey tuvo la mala fortuna de ser detenido, reconocido y arrestado en Varennes-en-Argonne en la tarde del 21 de junio. Los Guardias Nacionales le hicieron preso y las otras tropas presentes no hicieron nada para oponerse. Para cuando Bouillé llegó a Varennes, la cuestión estaba decidida y la familia real estaba de regreso a París, bajo vigilancia.

Bouillé dejó al ejército y se las arregló para salir de Francia. El hermano de más edad del Rey, el conde de Provenza, quien había hecho sus planes más detenidamente, logró escapar a Bruselas, donde se unió a los émigrés.

Jérôme Pétion de Villeneuve, Latour-Maubourg y Antoine Barnave, representando a la Asamblea, se encontraron con la familia real en Épernay y regresaron con ellos. Desde ese momento, Barnave se convirtió en consejero y partidario de la familia real.

Cuando llegaron a París, la multitud estaba en silencio. La Asamblea provisional suspendió al Rey y mantuvo a la pareja real bajo custodia. Desde este punto en adelante la posibilidad, no sólo de la deposición o de una forzada abdicación de este Rey, sino el establecimiento de una república, entraron al discurso político.

Finalmente el rey es perdonado basándose en la ficción de que no se había fugado, sino que había sido «raptado». A cambio Luis XVI se ve obligado a jurar la Constitución de 1791 que instauraba jurídicamente en Francia la Monarquía Constitucional. Esta decisión de perdonar al rey ahondó las diferencias entre los «patriotas».

Ya no era posible pretender que la Revolución se había realizado con el consentimiento del Rey. Algunos republicanos exigieron su deposición, otros su juicio por traición a la patria en favor de los enemigos extranjeros del pueblo francés. La desconfianza mutua entre los monárquicos y los republicanos tuvo como consecuencia la condena a la guillotina. Luis XVI fue ejecutado el 21 de enero de 1793 y María Antonieta el 16 de octubre de 1793.

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