Los Estados Generales estaban
formados por los representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la
hora de deliberar, y tenían sólo un voto por estamento. La convocatoria de 1789
fue un motivo de preocupación para la oposición, por cuanto existía la creencia
de que no era otra cosa que un intento, por parte de la monarquía, de manipular
la asamblea a su antojo. La cuestión que se planteaba era importante. Estaba en
juego la idea de soberanía nacional, es decir, admitir que el conjunto de los
diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.
El rey Luis XVI y una parte
de la nobleza no aceptaron la situación. Los miembros del Tercer Estamento se
autoproclamaron Asamblea Nacional, y se comprometieron a escribir una
Constitución. Sectores de la aristocracia confiaban en que estos Estados Generales
pudieran servir para recuperar parte del poder perdido, pero el contexto social
ya no era el mismo que en 1614. Ahora existía una élite burguesa que tenía una
serie de reivindicaciones e intereses que chocaban frontalmente con los de la
nobleza (y también con los del pueblo, cosa que se demostraría en los años
siguientes).
Ni el clero ni la nobleza
formaban bloques homogéneos, ya que también comportaban estratos de ingresos
modestos, cuyos intereses y forma de vida se aproximaban a los del Tercer
Estado. La nobleza contaba con un buen número de pequeños nobles campesinos (llamados
hobereaux), que poco compartían con la gran nobleza próxima a la Corte. Y entre
el clero, los simples curas (bas-clergé) se sentían más cercanos a las
reivindicaciones de sus feligreses que de sus superiores eclesiásticos.
La nobleza y el clero reclamaban
el voto por estamento, que les aseguraba la mayoría sin necesidad de lograr un
consenso. El Tercer Estado pedía el voto por cabeza, que permitía más igualdad
en la votación, y debates abiertos. Ante la negativa de los dos primeros
estados y el consecuente bloqueo de toda votación, el Tercer Estado, aconsejado
por el sacerdote Sieyès (diputado del Tercer Estado), invitó a los diputados de
la nobleza y del clero a que se unieran a ellos. Dos nobles y 149 miembros del
clero lo hicieron.
Se produjo por lo tanto una
revolución de carácter jurídico: se desmantelaron los estamentos tradicionales
del reino, los que fueron sustituidos por una asamblea única en representación
de todo el pueblo. A propuesta de Sieyès, tomó el nombre de Asamblea Nacional
el 17 de junio de 1789. Ante este acto revolucionario, el rey Luis XVI mandó
cerrar la sala y prohibió su entrada a los representantes del Tercer Estado, en
contra de la opinión de su ministro Necker.
La Asamblea Nacional
encontró, gracias al doctor Guillotin, diputado del Tercer Estado, otro lugar
de reunión, la Sala del Juego de Pelota de Versalles. Y el 20 de junio de 1789,
los diputados juraron no separarse antes de haber dado una Constitución al
país, lo que se conoce como Juramento del Juego de Pelota. El 23, el rey ordenó
su disolución, y mandó llevar la orden al decano del Tercer Estado, Jean
Sylvain Bailly, primer presidente de la asamblea. El diputado Mirabeau habría
entonces pronunciado la célebre frase "Estamos aquí por la voluntad del
pueblo y sólo saldremos por la fuerza de las bayonetas". El 27 de junio de
ese mismo año, el rey cedió e invitó a la nobleza y al clero a que se unieran a
la nueva asamblea. El 9 de julio de 1789, la asamblea adoptó el nombre de
Asamblea Constituyente.
Esta revolución jurídica y
pacífica acababa de poner fin a siglos de absolutismo monárquico, sustituyendo
el sistema de gobierno por una monarquía parlamentaria.